7 de octubre, 7 de la mañana, en el número ¿siete? de una calle cualquiera de Madrid. Espero un coche y a cuatro tipos que no conozco. Probablemente hace un poco de frío y muuucho sueño, pero en mi cabeza hay otras preguntas: ¿Qué hago yo aquí? ¿Quiénes serán, cómo será el grupo? ¿Estoy a tiempo para salir corriendo? Qué frío. Qué sueño. ¡Qué nervios!

Todo había empezado unas semanas antes en un “MeetUp”. Yo había hecho algo de senderismo y me apetecía retomarlo. Había estado fuera de Madrid y quería reajustarme al sitio, conocer nuevos compañeros de viaje. Y me había apuntado a GMadrid Senderismo. Un tal Álvaro me metió en un grupo de whatsapp.

Montamos en el coche y bastaron cinco minutos de charleta para que la tensión se esfumara. Ese coche “olía” a algo conocido: a buena gente.

En fin, lo que viene después no es ninguna sorpresa. Llegamos al punto de encuentro, nos dieron un regalito (una chapa de la sección) y empezamos a caminar. El entorno era impresionante, nada menos que La Pedriza. Los guías nos ayudaron a ver un cerro con forma de paloma; la Cueva de la Mora, con una leyenda un poco triste; muchas cabras montesas; y unas vistas impresionantes sobre el valle. Resumiendo, todas esas sensaciones difíciles de escribir pero que hacen que valga la pena dormir apenas cuatro horas, ponerse unas botas, respirar profundo y subir a patear la sierra.

Sin embargo, una de las cosas que recuerdo de forma más entrañable son cada una de las conversaciones que fui compartiendo con los demás GMadrileños/as: con mis compañeros del coche, en la ruta de subida, en la bajada, en la comida, alrededor de las cervezas de después…

Esos/as GMadrileños/as son, sin duda, el gran valor del grupo.

Eduardo Galeano decía en su cuento El Mundo: “Un hombre del pueblo de Neguá, en la costa de Colombia, pudo subir al alto cielo. A la vuelta contó. Dijo que había contemplado desde arriba, la vida humana. Y dijo que somos un mar de fueguitos. -El mundo es eso -reveló- un montón de gente, un mar de fueguitos. Cada persona brilla con luz propia entre todas las demás. No hay dos fuegos iguales…

Pues eso, aquel día subimos a un alto y desde allí contemplé a mi alrededor lo mejor que tiene este grupo: el mar de fueguitos únicos y distintos que formamos todos. Fuegos grandes y fuegos chicos y fuegos de todos los colores. Unos de fuego sereno y otros de fuego loco, llenando el aire de chispas, pero formando todos juntos un mar de fueguitos en armonía, un mar acompasado pacientemente por Álvaro – cuyo fuego arde la vida con tanto cariño que nos aplaca a todos, que nos enciende a todos.

En fin, aquella noche llegué a casa agotado, más por las emociones que por la caminata. Entré en la página de GMadrid y me hice socio.

Qué cansancio, qué sueño, ¡qué nervios!

Y así acabo aquel día.

Y así empezó todo.

Fran P.